Gracias por su preferencia sexual: Chacal, deseo y clasismo

​Hace poco me visitó un amigo gay y lo llevé de ronda nocturna en Monterrey. En una cantina donde la media de los asistentes son traileros y vestidas, ahí vio a uno que le gustó al instante: tatuado, cara de malo, pelo a rapa, atlético pero no fisicoculturista, entonado en cervezas pero tampoco borrachísimo. Después de un par de miradas, arrimones y bailes seductores, los dos se fueron a un rincón. Todo indicaba que en cuestión de segundos me quedaría abandonado como perro debido a que ellos se fugarían al hotel donde se hospedaba mi cuate. Pero no. De pronto, mi amigo con cara de diva alzando la ceja se acercó para decirme: "¡El puto chacal me quería cobrar! ¡A mí! ¡A mí que la mamo más delicioso que la de Garganta Profunda!" Y lo mandó a volar. Según él, en cualquier otro lado los chacales lo hacen gratis. O al menos con él (que no está para arrojarlo al perro) sí se echan un palo sin quererle ver la cara de rico heredero.
El chacal tiene múltiples sentidos en el ambiente gay. Primero, la palabra chacal es usada para denominar una especie particular de varones, generalmente jóvenes, que siguiendo un riguroso control de los prototipos gestuales y discursivos de la masculinidad exacerbada, casi siempre de clase baja o media baja, viven a diario demostrando que son hombres como lo que la sociedad machista espera que signifique el concepto de hombre. Gustan de los deportes, sobre todo del futbol o de las pesas. Cultivan la virilidad como un tesoro sagrado. Son el objeto de deseo de los homosexuales que desean a un igual de varonil, que no levante sospechas, o de los que quieren un macho del tipo verdugo. Su figura va ligada al estigma de la clase social: entre más pobre, más varonil, ya que entre más estudiado y refinado, más putito, es decir: se te nota. ¿Cuándo han visto que se le note lo puto a un albañil? Se le nota al arquitecto, dirán las malas lenguas.
En la acepción tradicional, un chacal es un mamífero de la familia de los cánidos como los lobos, carnívoro y que ataca las crías de otros animales. Si te comparan con un chacal es por malo y despiadado. Pero ser chacal en la onda gay es como ser el travesti de un mecánico o un carnicero. Son travestis en el sentido de que representan la hipermasculinidad mediante una dinámica idéntica a la de una vestida que va por la vida sintiéndose más mujer que las biológicamente nacidas mujer. Ellos van por la vida sintiéndose el más cabrón de los cabrones. O el más varonil de los varoniles. Se travisten con una idea personal de lo que es ser hombre para representarla en carne y hueso. Un chacal se viste de músculos o de los modales del malo de la película, es decir: ropa masculina, actitudes de hombre, escupen un gargajo y sabemos quién es el hombre aquí. Y de repente el chacal, mitad seriedad (porque los hombres son serios, sin alharaca) y mitad cinismo (porque tienen las manos en las nalgas de una jotita con cara de bebé, medio torcida y maquillada). Ser chacal también es devenir homofóbico, ya que rechaza lo femenino que hay en la masculinidad.
Segundo, chacal también puede ser quien se prostituye, sea con una transacción económica o sólo con unas cuantas cervezas gratis y luego dejo que me agarres el paquete en el baño, y hasta una chupada leve. Cuantas veces no hemos oído: "Es el chacal desta jota", "Se lo chacalean", "Se debe en cuerpo y alma a su chacal". Pero no todos son prostitutos, mi amigo tiene algo de razón en eso. Sin embargo, los chacales viven actuando bajo esa idea de lo masculino que tanto implantan los modelos televisivos. Muchos sólo adoptan esta pantalla de gestos, vestimenta, modo y tono de hablar, independientemente del oficio que desempeñen. Incluso pueden jugar a esa dualidad de clase: el chacal que es oficinista y no un albañil, entonces el asunto es como una fantasía de película porno donde la envoltura elegante promete una tanta de testosterona real y directa cuando te la ensarte en la cocina o en un cubículo del baño. O para bailarte como stripper improvisado. O como un muchachillo que dice ser un nini.
El chacal, independientemente de su rol en la cama, representa en el imaginario del deseoso al activo, al que penetra, al que somete, al que dice lo que hará el otro. El chacal es la promesa de un macho alfa en la barra del bar o en los urinarios: nunca se quiebra, siempre está erecto y ganoso, cumple esa fantasía del hombre heterosexual que decide probar con el compadre, con el amigo en la peda o con el orificio de un desconocido a falta de una mujer cerca, y las ganas vencen. Es decir, la figura del chacal trabaja con el deseo como principal motor de su puesta teatral. Representan ese objeto de deseo de lo marginal, de lo clasista, de la raza. Digo que representan porque evidentemente todos la dualidad de los géneros masculino y femenino son constructos sociales. Actos performáticos, como dice Judith Butler. Es posible que sean chacales verdaderos porque así viven en el diario, pero esa idea de masculinidad es un performance cultural que aprendieron, por ejemplo, viendo telenovelas junto a sus abuelas.
Al pensar en las rabietas de mi amigo aquella noche recordé que "no podemos tener una vida erótica —una vida de deseo— sin involucrarnos nosotros mismos en el terreno desordenado de una práctica racista", como dice Sharon Patricia Holland en su libro The Erotic Life of Racism (2012). ¿Desde dónde decimos que el otro es un chacal? Pues desde un pensamiento hegemónico, de clase privilegiada, desde la boca de un hombre blanco, que tiene resueltos su seguro médico y su techo, con una familia modelo incluso. Eso aplicado al caso de mi amigo revelaba cierta verdad en ese espacio de lo erótico-político y lo personal. Aunque él es moreno, atlético, y cierta vestimenta lo vuelve un chacal, no se considera eso a sí mismo. Se defendía diciendo que era un profesional exitoso, con viajes alrededor del mundo, múltiples idiomas, entre otros ejemplos que marcaban su diferencia de clase. Porque en México decir diferencia de clase es igual a decir diferencia de raza en otros lados del mundo: señales de biopoder. El racismo, el clasismo y el machismo conforman un nuevo sistema de castas.
Pienso en las películas porno donde los latinos son símbolos sexuales, objetos de deseo, muchos de ellos caen en eso que he estado definiendo como chacal. Es decir, ¿desde dónde me masturbo viendo esos cuerpos morenos, definidos, que se supone están experimentando por primera vez un encuentro homosexual para ganar unos dólares por dejarse videograbar? La vida erótica del racismo, de nuevo en palabras de Sharon Patricia Holland, "es una documentación clave para ayudar a definir y comprender estas interconexiones normalmente tácitas entre lo que es el 'racismo cotidiano' y la 'homofobia cotidiana' incluyendo las historias" nuestras, muchas de las cuales no las advertimos cuando vivimos el deseo por otro cuerpo. Creo también, como Holland, que en el deseo erótico, el racismo y el clasismo son prácticas cotidianas, ya que "pensar en el deseo es llegar a un lugar extraño". Por lo regular no revelamos nuestras prácticas cotidianas porque lastiman nuestro ego de ser un ente superior. Pero, hay que preguntarnos, ¿qué cuerpo tiene más belleza, el nuestro o el que deseamos? Como dice Christina Sharpe: "El deseo sólo puede ser monstruoso". O no es. Porque si no sería algo que ya tenemos, que no deseamos.
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