El origen del roba chicos y del señor del costal
Por María Teresa Paredes Hernández
Distinguido lector, esta vez quiero escribir sobre la esclavitud, esa conducta que aniquila los derechos humanos fundamentales y que como sociedad nos lacera, permea entre nosotros como una plaga, que va creciendo silenciosa, pero no oculta, la vemos pero no la combatimos, ahí ha estado siempre, de tal manera que la humanidad se acostumbró a ella.
Sócrates y Platón, en sus respectivas épocas, hablaban respecto a la esclavitud como una clase que debía subsistir en una sociedad perfecta. El primero pugnaba porque tuvieran trato digno, mientras que el segundo decía que eran seres con la misma capacidad de adquirir conocimiento, como cualquier otro y ante tal reconocimiento no se les vulneraba ningún derecho, pues en la vida siguiente podrían rencarnar en una persona libre.
La biblia refiere parajes de la esclavitud del pueblo de Israel, pero no dice que una vez que Moisés los liberó, se haya castigado a los que los esclavizaban, sin embargo la semana pasada se emitió por primera vez en la historia de ese país, una sentencia por el delito de esclavitud.
La historia habla de la esclavitud que tuvieron en Egipto y todos los continentes, pero no habla del castigo, y algunas veces solo refiere la liberación de etnias, pueblos o continentes, como es el caso de América.
En América, durante la época prehispánica, los diferentes pueblos, capturaban a algún guerrero en combate y lo sacrificaban o lo volvían esclavo, posteriormente, durante la conquista, los españoles creyeron que habían llegado a la India y habían encontrado animales muy parecidos a los seres humanos, por lo que los sometieron a la esclavitud. Sin embargo se dieron cuenta que tenían sentimientos, pues lloraban cuando les vulneraban sus derechos humanos, como la dignidad y libertad sexual al violarlos, o que la sangre era roja al matarlos o herirlos, como la de ellos. Y solo después de diversos intentos fallidos fueron dos frailes dominicos, los que en secreto, iniciaron gestiones ante el Papa Paulo III, logrando que en 1537, éste decretara la bula Sublimus Deus, que en síntesis, consideró que los indios americanos tenían raciocinio, y así se les diera la calidad de seres humanos, para que tuvieran derecho a la evangelización (así la iglesia podía reclamar legalmente los diezmos respecto a sus propiedades y bienes). Desgraciadamente se excluyó a los afro-descendientes.
En Inglaterra el parlamentario William Wilberforce, después de conocer un grupo de activistas contra la trata de esclavos, se sensibilizó y en 1807 logró que se decrete la prohibición de la venta de ingleses, aunque hubieren nacido con la condición de esclavos. En Estados Unidos, en 1863 Abraham Lincoln abolió la esclavitud de los estadounidenses.
Y así podríamos señalar diversos activistas que han logrado ir aboliendo esclavitud, en su entorno, al menos, legalmente.
Pero los que trabajamos en el tema del delito de trata de personas nos damos cuenta que no hubo liberación generalizada y, en su mayoría, sólo utilizaron el discurso como demagogia y fines políticos, o para proteger intereses de minorías. Sí, tristemente, la Trata no solo sigue existiendo, sino que va en aumento.
Era tan común, que cuando yo era pequeña mi madre me decía “sí sales sola, te lleva el roba-chicos”, ó “sí te portas mal, te regalo con el señor del costal”. Cuando crecí me alegré de pensar que solo era una leyenda urbana, un mito, y ensimismada dije: “Qué bueno que no existen”, pues muchas veces en mis pesadillas infantiles se aparecían, sobre todo después de haber salido sola o de haber hecho alguna travesura. Y por el temor a ese imaginario monstruo, confesaba mis culpas ante la dueña de mis sonrisas infantiles o ante un sacerdote, que me imponía algún padre nuestro como penitencia.
Para mi desgracia, cuando empecé a atender a víctimas de trata, al escuchar sus escalofriantes historias, me di cuenta de que sí existen, y que los “roba chicos’’ son aquellos infames seres que se roban a las mujeres, hombres y niños; En mi país más de 200 personas se extravían diariamente, el 80% serán victimas de trata en una o más de sus diversas formas de explotación.
Tenemos un Estado llamado Tlaxcala, donde de 60 municipios, 23 son pueblos tratantes por tradición, ellos se roban o enamoran gente de toda la Republica Mexicana y de otros países para después explotarlas sexualmente.
Respecto al señor del costal, creo que mi madre así denominaba a la persona que compra a los hijos o familiares de otros, quienes los venden o entregan porque no los quieren, no los pueden mantener, porque esos niños tienen alguna discapacidad o por el pago de alguna deuda.
¿Sabrán esos padres o familiares que los venden o entregan, que se los llevan para prostituirlos, para que trabajen o para que mendiguen? Aún me cuesta trabajo pensar la infamia que es que aquella persona que te dio la vida, la que tiene la obligación moral y legal de cuidarte y protegerte te traicione, te cause tan terrible daño.
Hoy me hago la misma pregunta que Maná, ¿a dónde van nuestros desaparecidos?
La Trata de personas, derivada de la esclavitud y la explotación, siempre ha permeado en la sociedad, por eso mi madre me hablaba de ellos, es como la guerra, como diría la canción de Mercedes Sosa “es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente”.
Cómo hemos soportado esa plaga durante toda la historia de la humanidad, cómo ha sobrevivido este mal después de tantas guerras y revoluciones, cómo después del rencuentro del ser humano con los derechos humanos, es inexplicable que subsista, aún, cuando vulnera los fundamentales, los mínimos.
Me despido, deseando que algún día hablemos del roba-chicos o del señor del costal como una historia de un mal que se extinguió y como este artículo, que lo escribo hoy 15 de septiembre, fecha en que celebramos 203 años del inicio de la independencia mexicana. Deseo fervientemente que un día también nos independicemos de este delito que flagela a la humanidad.
¡VIVA MÉXICO! ¡VIVA LA LIBERTAD!
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