Jugué un partido de futbol contra Las Gardenias, el equipo de travestis de Tepito
Las Gardenias. Fotos por Luis Cobelo.
Había pasado la mayor parte del partido parado en el lado derecho de la cancha. “Aquí me quedo de defensa”, le dije al capitán del Ebraye, el equipo con el que estaba jugando, cuando lo que en realidad quería decir era: “No quiero arruinar el juego, así que mejor me hago pendejo donde no estorbo”. Todavía no terminaba el primer tiempo y las Gardenias, nuestras contrarias, ya nos estaban ganando. Nunca he sido bueno jugando futbol y esa noche, durante el primer partido que jugaba en años, no era el mejor momento en mi corta carrera como futbolista mediocre. El estadio Maracaná, ubicado en el corazón del Barrio Bravo de Tepito, en la Ciudad de México, estaba a reventar. Como cada año, la gente gritaba emocionada entre caguamas, mentadas de madre y porros de mota. Una jugada hizo que el balón terminara a mis pies, cosa que había evitado durante todo el partido. “Chingue su madre, éste es mi momento”, pensé mientras corría con el balón sobre el pasto sintético hacia la portería contraria con la intención de meter un gol.
Las Gardenias son un equipo de futbol —con más de treinta años de antigüedad— conformado sólo por travestis, en su mayoría nacidos y criados en Tepito. Con pestañas postizas, maquillaje y unos tragos encima, cada 4 de octubre, durante la fiesta de San Francisco de Asís, juegan un partido que ya se convirtió en un clásico contra el Ebraye. Nunca han perdido y esa ocasión la derrota tampoco era una opción. Después del santo patrono del barrio, ellas son las estrellas de la noche.
La mayoría de las jugadoras del equipo son estilistas y propietarias de salones de belleza en Tepito, que cuando no cortan el cabello también imitan a Lupita D’Alessio, Gloria Trevi, Thalía o Alejandra Guzmán en fiestas privadas. Las conocí horas antes del encuentro en las oficinas del Deportivo Maracaná, aunque durante esa noche funcionaron como vestidores para los equipos. Ya era tarde y el ambiente del barrio era totalmente festivo. El deportivo, rodeado por puestos de comida, juegos mecánicos y de azar, y niños corriendo entre teporochos aventándose puños de harina y huevazos, poco a poco comenzaba a llenarse de personas que querían ver el partido estelar.
Mientras las Gardenias se ponían pestañas postizas, maquillaje y se peinaban, los vasos de plástico comenzaron a llenarse con tequila y refresco tibio de toronja. “A ver, papacito, ve pasándole a las demás”, me dijo una de ellas mientras preparaba los tragos. Los del Ebraye, que estaban en una esquina de la oficina, veían divertidos a las chicas arreglándose para el partido. Otra más conectó su teléfono a unas bocinas, la música comenzó a sonar y la pequeña oficina se convirtió en una pista de baile improvisada.
El capitán de mi equipo me dio una playera rayada, roja con blanco y un short negro. “Vete poniendo el uniforme”, ordenó y comencé a desvestirme frente a todos. Me puse la playera del equipo al que iba a defender esa noche y me quité el pantalón, quedándome sólo en calzones. Cuando me iba a poner el short, el capitán se acercó de nuevo y me dijo: “No te pongas esos, mejor te voy a dar otros”. Hice caso y me quedé esperando unos shorts distintos que nunca llegaron. Algunos de mis compañeros de equipo me sujetaron de las manos y de las piernas por detrás, inmovilizándome y diciendo: “Por nuevo, ¡te toca novatada!” Comencé a forcejear pero todo fue en vano, ya que eran muchos y con más fuerza. Me cargaron y me llevaron a un escritorio, como si fuera una ofrenda para las Gardenias y sin soltarme los brazos ni las piernas, dijeron: “Aquí les traemos a uno de los nuevos. ¡Aprovechen!” Una de las Gardenias se subió en mí y comenzó a hacer movimientos y sonidos sexuales. Otra más me bajó los calzones hasta las rodillas y más de un par de manos comenzaron a apretarme el pene. Después de forcejear más, por fin pude librarme y salí corriendo de ahí.
El capitán del equipo engañó de la misma manera a otro chico, que jugaría por primera vez con el Ebraye esa noche, y lo llevó como otro sacrificio para las Gardenias. Ya con el uniforme puesto y el short cortándome la circulación de tanto que lo apreté, los del equipo me pidieron que me sentara. Error. Volvieron a inmovilizarme y el capitán me dijo: “Ya pasó nuestra novatada, ahora falta la de ellas”. Una de las gardenias comenzó a bailar, sentándose en mis piernas y moviéndose sobre mí, después se bajó la blusa, mostrándome sus pechos con implantes y embarrándomelos en la cara.
El Ebraye durante el brindis previo al partido.
Las novatadas terminaron y después de haber sido aceptado por los dos equipos, comenzaron los brindis. “Vamos a dar un buen partido. Recuerden, la gente está reunida por este juego, así que hay que hacer que lo disfruten y se diviertan. Si se caen, párense rápido porque las gardenias les van a hacer montón”, dijo nuestro capitán y brindamos con tequila. Caminamos hacia la cancha, algunos más tomados que otros y nos repartimos por el campo.
“¿Quieres irte de delantero? Sirve que metes un gol y te luces”, preguntó mi capitán sin saber lo malo que soy para jugar. Le dije que mejor me quedaría apoyando como defensa y aceptó. Cuando el balón llegó a mis pies y el panorama era favorecedor, según yo, corrí lo más rápido que pude con la pelota dispuesto a meter un gol. Corrí y la cancha parecía eterna, como en un capítulo de los Súper Campeones, con el sudor en la cara y la gente gritando a mi alrededor. La portería contraria cada vez estaba más cerca y no había nadie cerca de mí para quitarme el balón. Comencé a acercarme al área. La voy a armar, pensé. Es lo más rápido que había corrido en meses. Continué hasta que di un mal paso y me tropecé. Caí sobre mi pierna con todo el peso que he acumulado gracias a los tacos y cervezas, y me raspé con el pasto artificial que Alejandro Fernández, delegado de la Delegación Cuauhtémoc, mandó poner a principios del año. Chingado, Alejandro. Quedé tendido en el campo hundido en mi vergüenza, mientras la gente me mentaba la madre.Nada puede ser peor, pensé. Pero nunca hay que subestimar la desgracia que uno puede tener. Levanté la mirada y cinco gardenias me hicieron bolita. Una me bajó los shorts hasta los tobillos, otras estaban sobre mí y una más buscaba mi boca para besarme. El árbitro las quitó y me quedé con los shorts abajo, la pierna raspada y sin gloria. Perdimos en penales por un gol en el partido más divertido que he jugado.
Salí de Tepito, un barrio que es bravo pero respeta, con el cuerpo adolorido y los calzones rotos, de un juego en el que no importa quién gane o quién pierda, si no a quién encueren menos.
Espera el documental de Las Gardenias próximamente, parte de nuestra serie Miscelánea Mexicana, por VICE.com.
Vicky tiene una estética frente al Deportivo Maracaná y es una de las Gardenias con más tiempo en el equipo.
Uno de mis compañeros de equipo, que también jugaba por primera vez el clásico, durante su novatada.
Las Gardenias celebran un gol.
El partido terminó en penales y Las Gardenias ganaron por un gol.
Las gradas no son suficientes para la gente que se reúne a ver el partido, por lo que algunos se quedan parados alrededor de la cancha.
"¡Chichis pa' la banda! ¡Chichis pa' la banda!"
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