Dumbledore, o la enésima vez que Hollywood ha timado a sus espectadores LGBT

El 'queerbating' es un fenómeno tan desgraciadamente popular que ya se le ha puesto hasta nombre. Estos son los ejemplos más descarados.

Por JUAN SANGUINO

3 de febrero de 2018 / 08:10

D. R.

Dumbledore cerrando las puertas del armario en el que lo han metido.

La secuela de Animales fantásticos y dónde encontrarlos tiene claro su reclamo comercial: mostrar la juventud de Albus Dumbledore, el hechicero cuyo destino es dirigir Hogwarts y ser el abuelo que todos los niños nacidos en los 90 (y algunos de los 80) soñaron con tener. El actor elegido para interpretarlo es Jude Law, multiplicando aproximadamente por mil millones el erotismo del personaje, pero esta semana el director de la película (David Yates) ha encendido las luces de la fiesta, ha apagado la música y ha mandado a todo el mundo a casa: la homosexualidad de Dumbledore no aparecerá relatada en esta secuela.

Un momento, ¿qué homosexualidad?

Si te estás haciendo esta pregunta, es que formas parte del segmento del público al que Warner pretende mantener desinformado con Animales fantásticos 2. En 2007, la autora de la saga Harry Potter J. K. Rowling contó durante una charla que Dumbledore era gay y que ella siempre lo concibió como tal. Y lo que ella entiende como “escribir a un personaje como gay” es, por lo visto, no mencionarlo en absoluto durante seis libros y dejarlo caer en una conferencia para promocionar la última entrega de la saga una vez el personaje está muerto. Lo que ni Rowling ni Warner esperaban, diez años después, volverían a colaborar para rodar cuatro películas sobre la juventud de Albus Dumbledore. E internet, siguiendo por única vez en su historia el sentido común, asumió que efectivamente el apuesto hechicero ejercería como homosexual en Animales fantásticos 2. Pero internet, como casi siempre, se equivocaba.

Que J. K. Rowling diga que Dumbledore es gay, pero que no haya ni una sola prueba por escrito (o en pantalla) de ello encaja mucho más con la mentalidad de “yo no tengo nada en contra de los gays, pero que no lo vayan restregando por ahí” que con la causa por la igualdad LGTB. Los millones de personas que no se han enterado de la homosexualidad del personaje irán a ver la película y disfrutarán de, tal y como la ha definido el director“una relación muy intensa entre dos hombres jóvenes, Dumbledore y Grindelwald, que se enamoran de sus ideales, de su ideología y el uno del otro”. Vamos, lo que viene a ser hacerse novios pero sin mariconadas. La astucia y la trampa de este “enamoramiento de sus ideales” radica en que, si no se profesan su amor explícitamente, el público que no se ha enterado seguirá sin enterarse y verá a dos amigos que se agarran mucho el brazo como Ben-Hur y Messala y que se miran de reojo. Mientras, el público que sí está al tanto de la homosexualidad de Dumbledore apreciará los guiños, las insinuaciones y la tensión sexual. O no. Porque el queerbaiting, que lleva tiempo oliendo a podrido, está oficialmente caducado en 2018.

El queerbaiting (literalmente, “cebo gay”) consiste en utilizar connotaciones LGTB en productos de la cultura popular pero sin llegar a consumarlos, desarrollarlos o, en definitiva, contarlos. El objetivo es, por un lado, atraer al público LGTB (que es una minoría, pero una minoría fervorosa y consumista y si no que se lo digan al contable de Kylie Minogue) y por otro generar titulares que hagan que Hollywood parezca progresista sin tener que serlo realmente. Durante el último año, Hollywood ha abusado del queerbating con rampante desfachatez. El director de La bella y la bestia prometió “un momento exclusivamente gay” (sea lo que sea que eso significa) que resultó ser un plano rápido de Lefou bailando con un señor; Star Trek: Más allá incluyó la imagen de uno de sus tripulantes acompañado de otro hombre y un bebé en brazos; Power Rangers tenía a una chica que “se sentía extraña” y no sabía quién era; y Alien Covenant sacaba a Michael Fassbender besándose con el único hombre más sexy que él: su propio clon.

El queerbating ha rozado lo ridículo en casos en los que sus responsables han perdido el control sobre su estrategia. En Cazafantasmas, el personaje de Kate McKinnon es implícitamente pansexual (básicamente, le guiña un ojo a otra mujer) pero durante la promoción los publicistas vetaron cualquier pregunta al respecto. Deadpool es pansexual en los cómics y, según Ryan Reynolds durante la promoción, también en la película; pero su única interacción homosexual era darle besitos en la mejilla a los villanos para vacilarles. Pitch Perfect 3 se promocionó con un clip en el que claramente Bechloe, el apelativo con el que los fans llaman a la fantasiosa pareja Beca (Anna Kendrick) y Chloe (Brittany Snow), se hacía por fin realidad pero resultó ser una manipulación promocional que no se materializa en la película. Y Tessa Thompson, la actriz que interpreta a la superheroína bisexual Valkyria [no confundir con La Valkiria, la amiga de La Veneno], tuiteó con toda su buena intención que durante el rodaje de Thor Ragnarok ella en todo momento interpretó al personaje “como una mujer bisexual”. Otra igual que Rowling. ¿Qué hizo Tessa Thompson para interpretarla como bisexual? ¿Pensarlo muy fuerte?

En la televisión, el queerbaiting existe con más zafiedad que en el cine. Según Pedro J. García, “ocurre en series como Teen Wolf, popular por sus personajes gays de relleno y sus referencias a la bisexualidad de uno de sus protagonistas, Stiles, confirmada por el propio creador de la serie aunque luego no se haya atrevido a ponerla en práctica” más allá de que “Stiles gasta bromas sobre su sexualidad pero sin confirmar nunca nada”. García cita también los ejemplos de Sherlock(“donde jugaron con la tensión entre Sherlock y Watson”) y Riverdale: “en el piloto de Betty y Veronica se morrearon vestidas de animadoras sin venir a cuento. Y en el último capítulo emitido Archie ha practicado lucha libre con un chico gay (el único de la serie), postura sodomita incluida”.

El público LGTB está tan acostumbrado a tener que leer entre líneas para poder encontrar historias de amor con las que sentirse identificado que llega a imaginárselas y, cuando no suceden, sufre una decepción real. En El despertar de la fuerza, Oscar Isaac se mordía el labio al reencontrarse con John Boyega con tantas ganas que parecía que tenía una cesta de melocotones esperándole en el X-Wing. De ahí pasó al meme y a la frustración cuando en Los últimos Jedi esa tensión sexual (más o menos) imaginaria no se repite. Incluso un talent show como Operación Triunfo generó el movimiento Warmi (fans que deseaban una relación entre Ana War y Mimi) que colapsó colectivamente cuando Mimi, quien a diferencia de Ana lleva semanas fuera y está perfectamente al tanto del fenómeno Warmi, se arrimó a Ana War durante su actuación conjunta en la gala de Navidad. Con toda su buena intención (viral), Mimi llevó el queerbaiting al prime time de Televisión Española.

El queerbating resulta cada vez más insostenible porque, para empezar, ahora tiene nombre. Eso significa que nos hemos dado cuenta de lo que están haciendo. Podemos señalarlo, cuestionarlo y rechazarlo: no es visibilidad, son migajas. Y durante años, la comunidad LGTB se ha conformado con esas minúsculas concesiones, tan sutiles como anecdóticas, porque es a lo que está acostumbrada. Cuando creces en un colegio donde un día bueno es un día en el que no te insultan y tu mejor amiga te pide disculpas a escondidas cuando su novio se ríe de ti, que una superproducción de Hollywood te haga un guiño cómplice te parece motivo de celebración, de agradecimiento y de derribo de barreras. Incluso aunque nadie más en la sala vaya a captarlo y, por tanto, será como si no existiera.

No existir, ese es el problema. Si Dumbledore no “ejerce su homosexualidad” en Animales fantásticos 2 el mundo asumirá que es heterosexual por defecto. Y esta saga será la enésima oportunidad perdida de mostrarle al público infantil y adolescente, con naturalidad y elegancia, que la diversidad existe. Porque la homosexualidad, a diferencia de la magia, no puede ser invisible. J. K. Rowling, quien tiene el derecho contractual de imponer y vetar lo que ella quiera en la saga cinematográfica, ha conseguido parecer moderna (de forma abstracta) sin serlo realmente en la práctica. Hace diez años, cuando ella dejó caer el secreto mejor guardado de Dumbledore, aquellas migajas eran suficientes e incluso resultaron un paso adelante.  

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