Yo, bebé de fórmula
Que si los niños de leche materna son más inteligentes. Más simpáticos. Hasta más guapos. Que si los bebés de fórmula crecerán para ser personas enfermas, emocionalmente inestables y con una desconexión familiar terrible. Ninguno de los dos casos es cierto.
Por: Isabel Fulda (@ifulda)
Después del estrepitoso fracaso que significó la campaña “No le des la espalda, dale pecho” que lanzó el Gobierno del Distrito Federal el año pasado y de la que finalmente tuvo que disculparse y modificar, hace unos días el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Pablo Kuri Morales, anunció durante el Foro Nacional de Lactancia Materna 2015 que la Secretaría de Salud federal emitirá una Norma Oficial Mexicana en la que prohíba la venta libre de fórmula láctea. De acuerdo con esta declaración, la norma planteará que, para la compra de fórmula, será necesaria una receta médica que certifique su necesidad. La invasión a la esfera de la vida privada y la autonomía de las mujeres que supone esta norma ha sido analizada también por Geraldina González de la Vega en este espacio.
Contrario a lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud, yo nunca recibí leche materna exclusiva. Al nacer, como es práctica común en los hospitales mexicanos fui separada de mi madre y alimentada con fórmula láctea. A pesar de los esfuerzos de mi madre –que incluso contó con apoyo del personal de la Liga de la Leche- después de esos días ya no fue posible alimentarme exclusivamente con leche materna. Así, recibí una combinación de leche materna y fórmula durante el tiempo que duró su licencia de maternidad. Sin embargo, al regresar mi madre a trabajar (45 días después de mi nacimiento) e ingresar yo a una guardería, fue imposible continuar con esta dinámica y terminé consumiendo fórmula de manera exclusiva.
Yo fui una bebé de fórmula láctea. Tal vez por lo mismo soy particularmente sensible al discurso terriblemente impositivo y catastrófico relacionado con esta práctica. Desde que trabajo en el ámbito de los derechos reproductivos me he tenido que topar –a veces hasta con risa- con mensajes, declaraciones e iniciativas de ley que tratan de describir los beneficios de la lactancia materna, estigmatizando a las mujeres que utilizan fórmula láctea y describiendo realidades catastróficas para el desarrollo de los bebés en esos casos. Que si los niños de leche materna son más inteligentes. Más simpáticos. Hasta más guapos. Que si los bebés de fórmula crecerán para ser personas enfermas, emocionalmente inestables y con una desconexión familiar terrible.
Hasta ahora y a pesar de que –por si no fuera suficiente- nací por cesárea, no tengo problemas físicos ni psicológicos notables. No sufrí de un desapego emocional grave. Mi IQ no es notablemente bajo y mis amigxs me consideran agradable. Fui una niña sana con una familia cercana que me quiso y me cuidó. De hecho, creo que mi alimentación con fórmula láctea permitió que mi padre y mis hermanos participaran de manera cercana en mi crianza y alimentación. Mi historia, por supuesto, es privilegiada. Pero la existencia de esta norma hace 26 años hubiera impuesto una carga desproporcional e injustificada a mi madre, que hubiera tenido que pedir permiso en su trabajo para acudir al médico cotidianamente para conseguir la receta necesaria para alimentarme.
De ser publicada como fue anunciada, la norma impondría esta carga no sólo a mujeres trabajadoras como ella, sino también a miles de familias que por diferentes razones necesitan tener acceso a la fórmula. GIRE ha documentado y litigado casos de mujeres a las que se les niega el acceso a servicios de salud en trabajo de parto, así como de niñas y mujeres que mueren por causas obstétricas prevenibles, dejando atrás a hijos e hijas. ¿Las familias de las niñas y mujeres que mueren durante el parto o posparto en el país también deberán acudir a explicarle a un médico su necesidad de adquirir fórmula láctea? ¿El mismo Sistema de Salud que no atiende a las mujeres cuando tienen emergencias obstétricas les dará acceso a una receta médica mensual o semanal? ¿Qué hay de las familias homoparentales? ¿De los casos de adopción? ¿Será necesario que una pareja de hombres que ha adoptado un hijo le explique cotidianamente a un doctor que, por razones autoevidentes, necesitan comprar fórmula?
De una tarea razonable de fomentar (y garantizar) la lactancia materna con base en la evidencia científica que existe al respecto, se cae en un discurso discriminatorio e impositivo en el que se condena y se culpa a las mujeres que por diversas razones no dan leche materna y, de paso, se estigmatiza de manera hasta ridícula a los bebés que consumen fórmula. Me parece sorprendente que el Estado mexicano sea incapaz de distinguir la línea entre fomentar y obligar; que las personas que hacen e implementan nuestras normas no puedan entender la diferencia entre garantizar derechos y establecer prohibiciones que ignoran realidades, niegan la autonomía de las mujeres sobre sus cuerpos y, encima, están condenadas al fracaso si no hay un cambio en las condiciones estructurales que discriminan a las mujeres que desean lactar en México.
* Isabel Fulda es investigadora @GIRE_mx
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